El verdadero conocimiento del ser humano como fundamento del arte de médico
En este libro se señalan nuevas posibilidades para el saber y la capacidad del médico. Lo expuesto no podrá juzgarse correctamente sino sobre la base de los puntos de vista que nos guiaban para llegar a los conceptos médicos que aquí se describen.
No se trata de una oposición a la medicina que trabaja con los métodos científicos reconocidos en la actualidad, ciencia plenamente reconocida por nosotros en cuanto a sus principios. Y opinamos que lo ofrecido por nosotros sólo deberá emplearlo en el arte médico quien sea médico plenamente calificado en el sentido de aquellos principios.
No obstante, a lo que puede saberse sobre el ser humano, en base a los métodos científicos actualmente reconocidos, agregamos nosotros nuevos conocimientos, encontrados por otros métodos. Con fundamento en esta ampliación del conocimiento del mundo y del ser humano, nos vemos obligados a trabajar también por la ampliación del arte médico.
En el fondo, contra lo aquí expuesto, no cabe objeción de parte de la medicina tradicional, ya que nosotros no la negamos. Sólo podría rechazar de antemano nuestro designio quien, además de exigir que se reconozca su saber, pretenda que no se exponga ningún conocimiento que vaya más allá del suyo.
En la antroposofía fundada por Rudolf Steiner (1861-1925) se nos presenta la ampliación del conocimiento del mundo y del ser humano, agregando al conocimiento del hombre físico, que es lo único que por los métodos de la ciencia natural del presente puede alcanzarse, aquel del hombre espiritual. De lo físico la antroposofía no pasa, por mera reflexión, al conocimiento de lo espiritual; pues tal camino no conduce, por cierto, sino a resultados más o menos hipotéticos, de los cuales nadie puede comprobar que concuerden con algo de la realidad.
Antes de hacer afirmaciones sobre lo espiritual, la antroposofía desarrolla los métodos que la autorizan para hacerlas. Para formarse una idea de estos métodos, téngase presente lo que sigue: en el fondo, todos los resultados de la ciencia natural oficialmente reconocida en la actualidad, se obtienen en base a las impresiones de los órganos sensoriales humanos. Pues, si bien el hombre, por el experimento o la observación por medio de instrumentos, amplía lo que los sentidos pueden darle, no se añade por ello nada esencialmente nuevo a las experiencias sobre el mundo en que él vive por sus sentidos.
Pero tampoco por el pensar, en cuanto contribuye a la investigación del mundo físico, nada de nuevo se agrega a lo sensorialmente dado. El pensar combina, analiza, etc. las impresiones de los sentidos, con el fin de llegar a las leyes (leyes naturales); pero el investigador del mundo de los sentidos deberá decirse: este pensar que surge de mí no agrega nada real a lo real del mundo sensible.
Esto, sin embargo, cambia inmediatamente cuando el hombre deja de limitarse a aquel pensar que él comúnmente adquiere por la vida y la educación. Este pensar puede fortalecerse, intensificarse. Para alcanzarlo, pueden colocarse en el centro de la conciencia pensamientos sencillos, fácilmente concebibles y luego, con exclusión de todo otro pensamiento, mantener con toda la fuerza del alma semejantes representaciones. Tal como el músculo se fortalece cuando, siempre de nuevo, se contrae en dirección de la misma fuerza, así también se intensifica la fuerza del alma, con respecto a la esfera que impera en el pensar, cuando ella se ejercita de la manera indicada. Es muy importante que estos ejercicios se hagan con pensamientos sencillos, el alma no debe estar expuesta a ninguna clase de influencias semiconscientes o inconscientes. (Aquí solamente podemos dar el principio de tales ejercicios; una exposición detallada y las indicaciones como ellos deben practicarse en particular, encuéntrese en la obra de Rudolf Steiner: ¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?, en su Ciencia Oculta y en otros escritos antroposóficos.)
Se podría objetar que aquel que con todas las fuerzas del alma se abandona, en el centro de su conciencia, a determinados pensamientos, está expuesto a toda clase de autosugestiones y cosas parecidas, entrando entonces en el terreno de la ilusión. Pero la antroposofía también indica cómo deben llevarse a cabo los ejercicios, de modo que tal objeción resulta totalmente injustificada. Se hace ver que durante el ejercicio, dentro del marco de la plena conciencia, se procede de una manera análoga a la solución de un problema aritmético o geométrico. Así como en tal caso la conciencia nunca puede desviarse hacia lo inconsciente, ello tampoco ocurrirá durante los ejercicios señalados, siempre que se sigan correctamente las instrucciones.
Estos ejercicios conducen a un fortalecimiento de la fuerza del pensar de la que antes no se tenía idea: el obrar de la fuerza pensante se siente como nuevo contenido del propio ser, se revela al hombre un contenido del universo del que antes, quizás, se tenía una vaga idea, pero que no se conocía por experiencia propia. Si en momentos de auto-observación se examina el pensar común, se descubre que, comparados con las impresiones sensoriales, tales pensamientos son pálidos, son como sombras.
En cambio lo que se percibe con el poder del pensar fortalecido no es pálido ni nebuloso; es algo lleno de contenido, una imagen concreta; es de una realidad mucho más intensa que el contenido de las impresiones sensoriales. Un mundo nuevo se abre al hombre al haber ampliado, de la manera indicada, la fuerza de su capacidad perceptiva.
Cuando en este mundo nuevo aprende a percibir, como antes sólo podía percibir dentro del mundo sensible, se dará cuenta que todas las leyes naturales que él había conocido, únicamente rigen en el mundo físico, y que la naturaleza del mundo al que ha entrado, consiste en que sus leyes son distintas e incluso opuestas al mundo físico. En ese mundo no rige la ley de la gravitación de la tierra, sino que se manifiesta una fuerza que actúa, no desde el centro hacia afuera, sino desde la periferia del universo hacia el centro de la tierra. Algo semejante ocurre con respecto a las demás fuerzas del mundo físico.
En la antroposofía la facultad que el hombre adquiere para percibir ese mundo se llama fuerza del conocimiento imaginativo; no porque ello tenga que ver con “imaginaciones” (o fantasías), sino porque el contenido de la conciencia consiste, no en pensamientos nebulosos, sino en imágenes. Y así como por la percepción sensorial el hombre espontáneamente siente que vive en la realidad, ello también ocurre en la actividad anímica del conocimiento imaginativo. Y la antroposofía llama mundo etéreo al mundo al cual se refiere este conocimiento. Pero aquí no se trata del éter hipotético de la física actual, sino en realidad de algo percibido espiritualmente; y se le da dicho nombre en concordancia con antiguas nociones instintivas de ese mundo. Frente a lo que actualmente se llega a conocer claramente, esas nociones carecen de valor cognoscitivo; mas para designar una cosa, se necesitan nombres.
Dentro de este mundo etéreo se percibe, aparte de la corporalidad física del hombre, una corporalidad etérea.
Esta corporalidad etérea es de naturaleza análoga a lo que existe en el mundo vegetal. Las plantas tienen su cuerpo etéreo. En verdad, las leyes físicas únicamente rigen en el mundo mineral, sin vida.
En la tierra puede existir el mundo vegetal debido a que en lo terrestre hay sustancias que no permanecen sujetas a las leyes físicas, sino que renuncian a todo ordenamiento físico, sujetándose a leyes opuestas a aquellas. Las leyes físicas actúan como fluyendo de la tierra hacia fuera; las etéreas, en cambio, actúan como fluyendo hacia la tierra desde todos lados de la periferia del universo. El desarrollo del mundo vegetal no se comprende sino a través del obrar conjunto de lo terrestre-físico con lo cósmico-etéreo.
Lo mismo ocurre con respecto al cuerpo etéreo humano, a través del cual sucede algo que no obedece al ordenamiento de las fuerzas del cuerpo físico, sino que se fundamenta en que las sustancias físicas, al derramarse en lo etéreo, primero pierden su carácter de fuerzas físicas.
Las fuerzas activas del cuerpo etéreo ejercen su efecto en el comienzo de la vida terrenal del hombre – más claramente durante el período embrionario – como fuerzas formativas y de crecimiento. En el curso de la vida terrenal una parte de estas fuerzas se emancipa de su obrar dentro de la estructuración del crecimiento, convirtiéndose en fuerzas del pensar, las que son, precisamente, las fuerzas que para la conciencia común producen aquel mundo de pensamientos nebulosos.
Es de suma importancia saber que las fuerzas del pensar común humano son las fuerzas refinadas de la estructuración y del crecimiento. En el configurarse y crecer del organismo humano se manifiesta lo espiritual, pues éste aparece más tarde en el transcurso de la vida, como fuerza del pensar espiritual.
Esta fuerza del pensar es sólo una parte de las fuerzas formativas y de crecimiento que tejen en lo etéreo. La otra parte permanece leal a la tarea asumida al principio de la vida humana. Sólo porque el hombre continúa desenvolviéndose después que su estructuración y crecimiento progresaron y, hasta cierto grado, llegaron a su término, puede lo espiritual-etéreo que teje y vive en el organismo, ulteriormente aparecer como fuerza del pensar.
De tal manera se revela a la visión espiritual imaginativa la fuerza formativa (plasmadora): por un lado, como elemento etéreo-espiritual, por el otro lado, como contenido anímico del pensar.
Si ahora seguimos lo sustancial de la materia terrestre hacia la configuración etérea, debemos decir: en todo momento en que estas sustancias entran en esa configuración, adoptan una naturaleza que las enajena a la naturaleza física. Por este enajenamiento entran en un mundo en que lo espiritual viene a su encuentro y las convierte en su propia naturaleza.
Ascender de la manera señalada a la naturaleza etéreo-viviente del hombre, es algo bien distinto de hablar, de un modo poco científico, de una “fuerza vital”, para explicar los cuerpos vivientes, como hasta la mitad del siglo XIX fue costumbre. Aquí se trata de una observación real, de una percepción espiritual, de algo esencial que existe en el hombre, como en todo lo viviente, así como existe el cuerpo físico. Para alcanzar esta percepción no se prosigue, acaso, empleando el pensar común de un modo indefinido, ni tampoco se imagina, por medio de la fantasía, otro mundo; antes bien, se amplia, de una manera absolutamente exacta, la cognición humana, y esta misma ampliación conduce a la experiencia de un mundo más amplio.
Los ejercicios que conducen a la percepción superior pueden continuarse. Así como se emplea una fuerza mayor para concentrarse en pensamientos colocados en el centro de la conciencia, se vuelve a emplear la fuerza intensificada, con el fin de suprimir las imaginaciones que se habían alcanzado (las imágenes de una realidad espiritual-etérea). Con ello se llega al estado de la conciencia totalmente vacía. Se está, entonces, meramente despierto, sin que, al comienzo, la vigilia tenga un contenido. (La explicación exacta se encuentra en los libros anteriormente mencionados). Pero este estado de vigilia sin contenido no perdura. La conciencia, libre de toda impresión física como asimismo imaginativo-etérea, se llena de un contenido que le fluye de un mundo espiritual real, tal como a los sentidos físicos las impresiones del mundo físico.
Por el conocimiento imaginativo se había llegado a conocer un segundo principio constitutivo (envoltura, "Wesensglied") del ser humano; ahora, al llenarse la conciencia vacía con un contenido espiritual, se llega a conocer un tercer principio. La antroposofía llama inspiración al conocimiento que de esta manera se adquiere. (No hay que extrañarse de estos términos tomados de tiempos primitivos en que se percibían de una manera instintiva los mundos espirituales; pero aquí se indica exactamente su significado). El mundo al cual se logra entrar por la inspiración, se denomina mundo astral.
Cuando se habla - como ha sido expuesto – del “mundo etéreo”, se alude a los efectos que se ejercen desde la periferia del universo hacia la tierra; en cambio, al hablar del “mundo astral”, se pasa, de acuerdo con lo que observa la conciencia inspirada, de los efectos que provienen de la periferia del universo, a determinadas entidades espirituales, que en esos efectos se manifiestan, así como en las fuerzas que emanan de la tierra se manifiestan las sustancias terrestres. Se habla de la realidad de entidades espirituales que ejercen efecto desde las lejanías del universo, así como se habla de astros y constelaciones estelares, cuando se alza la mirada al cielo nocturno. De ahí se explica el término “mundo astral”. En ese mundo astral el hombre posee el tercer principio de su ser: su cuerpo astral.
También en este cuerpo astral debe fluir la sustancialidad terrestre, y con ello se enajena aún más a su naturaleza física. Así como el ser humano tiene en común con el mundo vegetal su cuerpo etéreo, así también con el mundo animal tiene en común su cuerpo astral.
El conocimiento de la naturaleza genuinamente humana, que eleva al hombre sobre el mundo animal, se adquiere por cognición más elevada que la inspiración. Al respecto la antroposofía habla de intuición. Por la inspiración se revela un mundo de entidades espirituales; por la intuición el hombre cognoscente entra en una relación más íntima con ese mundo. En sí mismo adquiere plena conciencia de lo puramente espiritual, con respecto a lo cual somos espontáneamente conscientes de que ello nada tiene que ver con lo que se experimenta por la corporalidad. De esta manera el hombre se sitúa en una vida que, como ser espiritual humano, se halla entre otros seres espirituales. Por la inspiración se manifiestan los seres espirituales del mundo; por la intuición se vive con estos seres.
Con esto se llega al reconocimiento del cuarto principio de la naturaleza humana: el “yo” propiamente dicho. Nuevamente se descubre que la sustancialidad terrestre, al asimilarse al tejer y a la esencia del “yo”, se enajena más todavía a su naturaleza física. La naturaleza que, como “organización del yo”, llega a tener esa sustancialidad, es la configuración de la sustancia terrestre en que ésta se enajena en mayor grado de su característica terreno-física.
Lo que así se nos presenta como “cuerpo astral” y “yo” no está ligado con el cuerpo físico dentro de la organización humana de igual manera como lo está el cuerpo etéreo. La inspiración y la intuición nos enseñan que durante el sueño el “cuerpo astral” y el “yo” se separan de los cuerpos físico y etéreo, y que sólo en el estado de vigilia existe una total interpenetración de los cuatro vehículos de la naturaleza humana en un ser humano como unidad.
Durante el sueño el cuerpo físico y el etéreo del hombre permanecen en el mundo físico-etéreo. Sin embargo, no se hallan entonces en la misma situación en que están los cuerpos físico y etéreo de un organismo vegetal, pues llevan en sí la repercusión del cuerpo astral y del yo. Y en el instante en que se quedarían sin tal repercusión, debería producirse el despertar. El cuerpo físico humano y el cuerpo etéreo humano jamás pueden estar sujetos a influencias meramente físicas, el uno, ni influencias meramente etéreas, el otro. En tales casos se desintegrarían.
Pero la inspiración y la intuición nos enseñan algo más. La sustancialidad física experimenta un nuevo estado de su naturaleza al entregarse al tejer y vivir en lo etéreo. La vida depende de que el cuerpo orgánico sea sustraído a la naturaleza de lo terreno y estructurado desde el universo extraterrestre. Mas esta estructuración conduce, por cierto, a la vida pero no a la conciencia, ni tampoco a la conciencia de sí mismo. El cuerpo astral debe constituir su organización propia dentro del organismo físico-etéreo; otro tanto debe hacer el yo con respecto a su organización. Sin embargo, dentro de este proceso constructivo (anabolismo) no se produce el despliegue consciente de la vida anímica. Para que ello tenga lugar debe de haber, frente al proceso constructivo, uno de desintegración (catabolismo). El cuerpo astral se construye sus órganos; vuelve a desintegrarlos al desarrollar los sentimientos en la conciencia del alma; el yo se construye su organización propia; vuelve a desintegrarla en la actividad volitiva de la autoconciencia.
El espíritu se desenvuelve en el ser humano no sobre la base de procesos materiales anabólicos, sino sobre procesos catabólicos. Allí donde en el hombre debe actuar el espíritu, la sustancia debe retirarse de su actividad.
Dentro del cuerpo etéreo el pensar no se produce en base al obrar de la naturaleza etérea, sino sobre la base de la desintegración misma. El pensar consciente se realiza, no en proceso de estructuración y crecimiento, sino en los opuestos, de desintegración y marchitamiento y muerte, los que constantemente se hallan comprendidos en los procesos etéreos.
En el pensar consciente los pensamientos se desprenden de la configuración corpórea, y como formas anímicas se tornan experiencias humanas.
Ahora bien, guiados por semejante conocimiento del ser humano, se llega a ver que tanto el organismo en su totalidad como asimismo cada órgano en particular, sólo se comprenden si se sabe cómo en ellos funcionan el cuerpo físico, el etéreo, el astral y el yo, respectivamente. Hay órganos en que es principalmente activo el yo; otros en que éste actúa menos, predominando, en cambio, la organización física.
Así como no se comprende el organismo sano del hombre sino en base al conocimiento de cómo los principios superiores del ser humano se apoderan de la sustancia terrestre para forzarla a servirles y cómo esta sustancia se transforma al entrar en el dominio de aquellos principios superiores, así tampoco se comprende el organismo humano enfermo sino se comprende la condición en que se halla el organismo total, o bien uno o un grupo de sus órganos, cuando la forma de actuar de los principios superiores se torna irregular. Y el empleo de medicamentos sólo podrá considerarse, si se desarrolla el conocimiento sobre la relación que guardan una sustancia o un proceso terrestre con lo etéreo, lo astral o el yo, respectivamente. Pues sólo así se conseguirá que, introduciendo una sustancia terrestre en el organismo humano, o por el tratamiento con un proceso terrestre, las envolturas superiores del ser humano puedan desenvolverse sin obstáculos, o también, que lo administrado ayude a la sustancialidad terrestre a convertirse en el fundamento del obrar de lo espiritual.
El ser humano es lo que es a través de su cuerpo físico, su cuerpo etéreo, el alma (cuerpo astral) y el yo (espíritu). Como hombre sano debe ser considerado a través de estos principios; como enfermo debe ser comprendido a través del equilibrio alterado de ellos; y para su salud deben encontrarse medicamentos que reconstituyan el equilibrio perturbado.
En este libro se señala el concepto de una medicina que se basa en los referidos fundamentos.